François Mitterrand nació en Jarnac en 1916. Moriría en París el 8 de enero de 1996, fecha que hoy recordamos con alguna congoja. Fue elegido por primera vez presidente de Francia en 1981, (el período presidencial en Francia era entonces, de siete años, esto acaba de ser modificado el año pasado, ahora pasó a ser de cinco) y reelecto en 1988.
Fue prisionero de guerra durante la Segunda Guerra Mundial. Estaba herido e internado en un hospital ubicado en un área que cayó en poder de los alemanes. Fue a un campo de prisioneros del que consiguió escapar luego de un par de intentos fallidos. Cabe aclarar que los campos de detención para soldados franceses e ingleses en nada se parecían a los centros de reclusión o campos de exterminio donde se enviaba a los judíos y gitanos. Las condiciones para los soldados occidentales no eran ni remotamente tan lamentables y casi diría que cumplían la Convención de Ginebra.
Inmediatamente después de la fuga, en 1941, pasó a trabajar para el gobierno de Vichy –abiertamente colaboracionista de los nazis, como todos sabemos. Mitterrand se defendió siempre diciendo que no conocía las leyes antijudías de Vichy. Lo que no deja de ser curioso, porque en Vichy los judíos eran obligados a salir a la calle con amarillas estrellas de David en la solapa. Pero quizás Mitterrand trabajaba duro como buen funcionario público y no tenía tiempo para salir a la calle. Ironías aparte, la realidad es que en Vichy coexistían fascistas, colaboracionistas, desesperados y hasta resistentes, que usaban su empleo en la administración colaboracionista para pasar informaciones a la Resistencia (se escribe con mayúscula, es un nombre propio). Nunca sabremos, ni interesa, que es lo que dominaba en estos hombres que hacían este doble juego. ¿Buscaban realmente la libertad para Francia? ¿Hacían un doble juego para terminar eligiendo el bando correcto cuando se aclararan las cosas? Probablemente los había de ambos tipos. Pero no todo vichysta era traidor o colaboracionista, ese es el punto que quería resumir.
Nunca he leído nada sobre quien fue el jerarca alemán que inventó Vichy, en lugar de directamente ocupar toda Francia. Quien quiera que haya sido (y todo hace pensar que fue el mismo Hitler) actuó con inteligencia. Es que la existencia de una Francia teóricamente no totalmente sometida, con alguna soberanía, hizo que miles de franceses se ubicaran a su sombra, hombres y mujeres que de otro modo habrían ingresado directamente a la Resistencia.
El hecho es que para 1943 Mitterrand estaba militando en la Resistencia (con el seudónimo Morland, estuvo en la lista de los más buscados por los nazis). En 1947, obviamente después de la liberación, fue Ministro del Interior de la caótica Cuarta República Francesa (el sistema de gobierno que rigió en Francia desde la Liberación hasta 1958, en que para celebrar mi llegada al mundo, De Gaulle fundó la Quinta República que aún goza de buena salud) y se mantuvo durante doce años con un puesto aquí, otro allá.
Su primer éxito en las ligas mayores fue en 1965, cuando fue candidato de la gauche a presidente –compitiendo nada menos que con De Gaulle-. Perdió, pero obligo al General a ir a un segundo turno, lo que fue percibido como una casi victoria.
En 1971 pasa a ocupar la Secretaría del Partido Socialista Francés (recordemos que, por razones que desconozco, todas las estructuras marxistas estuvieron siempre lideradas por un “Secretario General”) Mitterrand le hizo entonces chapa y pintura al PSF, aumentando mucho su caudal de votos. Volvió a perder, sin embargo, las elecciones en 1974 (contra Valery Giscard d’Estaing, en el segundo turno. El uso de la partícula d’ es la marca de nobleza, que su familia usa desde 1922), pero no era hombre de arrugar por dos tropezones. Al fin de cuentas, Lincoln también cayó derrotado varias veces antes de ser elegido presidente de los norteamericanos, debe haber pensado. La tercera es la vencida se dijo para sí mismo y arrasó el 10 de mayo de 1981, cuando derrotó al aristocrático Giscard, candidato de la derecha (también en el segundo turno). La Force tranquille, era el lema marketinero que usó con mucho éxito, eslogan que transmitía la idea de cambio sin revolución, de energía sin degollamientos.
Recapitulemos: en sólo diez años de trabajo sistemático en el PSF logró llegar a la Presidencia de Francia. Pas mal, me parece. Una anécdota que quedó de esa campaña electoral fue la oportunidad en que un periodista le preguntó a Giscard cuando costaba un boleto de metro (cabe aclarar que en Francia no cambia de valor todos los días ni mucho menos) No tenía la menor idea, probablemente porque nunca o casi nunca había andado de metro en su vida. Sería exagerar que esto le costó la elección pero que le hizo perder muchos votos, es seguro. Más todavía influyó la revelación justo antes del segundo turno de que Papón (a quien ya le hemos dedicado un X años el 17 de octubre) ministro del gobierno de Giscard, había sido protagonista del Holocausto (del lado de los victimarios, claro) Pero esto le quitó votos judíos a Giscard, pero no debe haber afectado tanto al resto del electorado. Lo que realmente fue decisivo en el triunfo socialista en la histórica elección de 1981, fue el apoyo no explícito pero evidente de Chirac a Mitterrand. No podía ser explícito porque al fin de cuentas, Chirac estaba más próximo ideológicamente de Giscard (ambos eran de derecha, hoy llamaríamos a esa corriente derecha moderada, ante el surgimiento de una extrema derecha entonces inexistente) Pero Chirac despreciaba a Giscard por el aire soberbio y petulante con que el aristócrata trataba a todo el mundo. Consciente de su alcurnia y de sus excepcionales dotes intelectuales, Giscard se consideraba por arriba de todos. Eso terminó transformando a Chirac –ex Primer Ministro de su gobierno- en su Brutus.
Hubo también en esos años, denuncias contra Giscard que lo acusaban de haberse quedado ilegalmente con diamantes que le fueron entregados por un gobernante africano en su calidad de Presidente de Francia. No mejoró las cosas que el susodicho gobernante era nada menos que Bokassa, que torturaba personalmente a sus opositores y –se dice- se los comía después de matarlos. El uso del verbo comer no es aquí metafórico sino literal. En otra oportunidad lo encontraron (a Giscard) manejando su auto –en esto se parecía a Menem, gustaba de prescindir de su chofer- a las tres de la mañana en compañía únicamente de una dama. Nada de malo, si no se tratara de un Presidente de Francia y casado.
Ironías de la vida o hipocresías de la política, así como Chirac (de derecha) apoyo subliminalmente a Mitterrand (de izquierda), Marchais (secretario general del Partido Comunista Francés, PCF) pidió a sus fieles el voto por Giscard. Para el PCF la unión de la izquierda servía siempre que fuera dominada por ellos, si tenían que ser segundones del PSF, mejor trabajar por la derrota.
Aprovechando la onda socialista que cubría Francia después de su relativamente inesperado triunfo de mayo de 1981, Mitterrand disolvió toute suite la Asamblea Nacional y convocó a nuevas elecciones, obteniendo así mayoría parlamentaria (Pierre Mauroy fue su primer Primer Ministro). Entonces comenzaron las nacionalizaciones, aumento del salario mínimo, abolición de la pena de muerte (recordarán que ya hablamos de la última ejecución legal ocurrida en Francia en el X años del 10 de septiembre). Pero esto fue el principio de su primer período. Apenas 18 exactos meses después, François Mitterrand percibió que con el populismo tradicional de los socialistas sólo iba a conseguir quebrar a Francia e hizo un brusco giro de 180 grados en su política, convirtiéndose a un libre mercado centrista o como quieran llamarlo. De socialista le quedaba el nombre del partido. Una transformación similar a la que vivió Felipillo en la madre patria. La Francia socialista, creación de un hombre que sólo se afilió al Partido Socialista a los 55 años de edad, duró apenas un año y medio (casualmente, este servidor estuvo por allí en ese período y hasta vi con mis ojos a Mitterrand en el desfile del 14 de julio de 1982)
En 1986 la derecha gana las elecciones legislativas lo que le permite colocar un Primer Ministro de esa orientación (el Sr. Jacques Chirac, actual Presidente de Francia) Eso pasó a conocerse como la “co-habitación”, o sea, un Presidente de un partido y un Primer Ministro de otro (esto se repetiría exactamente al revés años después con Chirac-Jospin). Tengamos presente que quien realmente maneja la política interna en Francia es el Primer Ministro, al Presidente le queda la política exterior, el comando supremo de las Fuerzas Armadas y poco más.
Llega el año 1988 y nuevas elecciones presidenciales. Mitterrand derrota a Chirac y asume un nuevo período. La misma receta otra vez: disolución de la Asamblea Nacional y llamado a nuevas elecciones para tener un Primer Ministro afín, así como mayoría parlamentaria.
En el segundo período es de destacar su participación en el avance y consolidación de la Unión Europea y en el acercamiento a Alemania. En 1991 nominó a Edith Cresson como Primera Ministra (luego de que Jacques Delors tuviera el tupé de rechazar el puesto, el segundo más importante de Francia) Fue Cresson la primera mujer a gobernar Francia en toda la historia de ese país. El gobierno encabezado por Cresson fue olvidable, para ser generosos. Toda Francia supo siempre que Cresson fue una más de las centenares de damas que pasaron por el lecho de François. Queda por tanto la duda de si accedió al cargo por méritos propios o por…. otro motivo. Bueno, en realidad, siempre habrá sido por mérito propio, sólo que de diferente tipo.
En 1993 la derecha le propinó una paliza dura en las elecciones legislativas, lo que obligó a Mitterrand a terminar su segundo período con Edouard Balladur como Primer Ministro. Tenía una predisposición por lo clásico-serio-grandilocuente. De ese sentimiento nacieron las colosales obras concretadas durante sus presidencias (la Biblioteca Nacional, la Nueva Ópera, el Nuevo Louvre, el Museo del Siglo XIX, etc.) A uno le queda la duda de si las realizó por amor a París o para dejar su impronta personal en el perfil urbano de la ciudad por los próximos cien años. Es probable y no tendría nada de malo, que sea un poco ambas cosas.
En Francia es muy corriente que los grandes políticos y gobernantes tengan una gran afición a las letras. Mitterrand no fue excepción a esta saludable regla. En Chapitre.com, una librería francesa en Internet, hay trece libros de su autoría. La bibliografía, muestra veinte, pero los otros no son fáciles de encontrar. Entre ellos: Ici et maintenant, De l’ Allemagne, de la France, Memoirs interrompus, La paille et le grain y Memoire a deux voies. Este último libro es la recopilación de los diálogos que Mitterrand mantuvo durante mucho tiempo con Elie Wiesel, el Premio Nóbel de literatura que fue muy amigo suyo durante décadas. Allí se entera uno de cosas interesantes. Wiesel cita una frase de François Mitterrand – delante del susodicho- en la que dijo “Al fin de cuentas, las leyes antijudías de Vichy sólo se aplicaban a los judíos extranjeros”. Mitterrand no lo desmiente. Además de no ser cierto, es infame por decir lo mínimo. Pero era pensamiento común en Europa en una época. Muchos se auto consolaban diciendo, bueno, no es contra el judío ese del barrio, sólo contra los de otros países, ergo, no es tan malo. Le Figaro lo citó una vez –tampoco fue desmentido- diciendo “Un genocidio en países como Rwanda no es una cosa tan grave, así”.
¿Transforman estas declaraciones a Mitterrand en un demonio? No me parece. La política no es tierra de impolutos, si vamos a condenarlo por un par de frases infelices, no se salva nadie.
Mantuvo también discutibles amistades. Una de ellas fue la de René Bousquets, notorio colaboracionista durante la ocupación. Mitterrand terminó cortando la relación recién muchos años después de conocerse el pasado de Bousquets. RB terminó asesinado por un loco en el 93, lo que fue de lamentar, no porque la vida del susodicho me preocupe en lo más mínimo, sino porque el juicio hubiera permitido conocer más detalles de la historia del colaboracionismo francés. Para comprender esta fidelidad hasta lo insensato a ciertos amigos, hay que entender que para FM la amistad forjada en la clandestinidad de la ocupación era sagrada. Nadie lo haría renegar de un amigo de esos tiempos, los que, por otra parte, eran los únicos mortales autorizados a tutearlo. Los únicos que hablaban con Francois ser humano y no con el Presidente de Francia. Entre esos amigos había una mujer (la hoy muy conocida Marguerite Duras) cuyos amores con caballeros de ambos bandos durante la ocupación darían para un texto algo picante, si no fuera porque ese no ha sido nunca el espíritu de X años.
Hizo uso de todo tipo de herramientas en su carrera hacia el Poder. En 1959, siendo senador, se inventó un atentado contra su vida (cayó en una burda trampa de la ultraderecha que lo instó a esa mentira), llegando inclusive a mentirle a los jueces. Esto –el delito de obstrucción de la justicia- le costó que el Senado Francés le retirara sus fueros, un caso que si no es único en la historia de Francia, es al menos rarísimo. Y aquí viene lo curioso. Por mucho menos, políticos prometedores de otros países vieron sus carreras truncadas (pienso en Gary Hart y en Edward Kennedy) Uno imaginaría que un senador que miente y es desaforado es un cadáver político. Bien sabemos que no fue el caso de Mitterrand.
En otra oportunidad –ya presidente-, mandó “neutralizar” un barco de Greenpeace, debido a que esa organización molestaba las pruebas nucleares francesas en la Polinesia. Murió un fotógrafo debido a la bomba que colocaron en el barco los servicios secretos franceses. Esto fue además una violación de la ley internacional porque el acto de piratería fue realizado en un puerto neozelandés.
Para estándares franceses, la corrupción durante sus gobiernos superó los parámetros habituales. No haremos una lista de los casos, que sería innecesaria para los franceses de ustedes y aburrida para los otros. Créanme que hubo allegados muy cercanos a Mitterrand que se enriquecieron en gran forma. Pero es justo decir también que nunca se probó que él se haya llevado un peso ilegítimamente. El análisis de su herencia cierra perfectamente con su salario de presidente y los derechos de sus libros. El único acto corrupto que con seguridad puede atribuírsele es el uso de aviones y propiedades del gobierno para sus frecuentes encuentros amorosos. Disculpen el machismo, pero no seré yo quien levante la mano para condenarlo por esta nimiedad. Por el contrario, Chapeau François es el pensamiento que pasa por mi cabeza.
Tuvo una hija extra matrimonial cuya existencia se desconoció formalmente durante años -volvemos al tema interesante, manejo nacional francés de la información relacionada a la vida de sus gobernantes-. Tanto su esposa como los franceses en general, siempre manejaron este tema con una altura admirable. En el entierro, la mujer de Mitterrand –Danielle Gouze- le hizo a esa hija y a su madre (hay una foto famosa) un lugar a su lado y junto al féretro, lo que pocas otras esposas de mandatarios hubieran tenido el coraje de hacer.
Además de su familia legal –un mero marco donde encajar su agitada vida sexual- tenía otra familia –más familia en el sentido que muchos le damos a esta palabra, que la que formó con Danielle-. Tuvo una tercera relación de quince años con una periodista sueca –las tres mujeres simultáneamente- además de decenas o centenares de relaciones que duraron plazos no muy largos, otras que fueron breves y otras brevísimas –el tiempo que sus guardaespaldas demoraban en leer L’Equipe en la puerta del dormitorio-.
Tamaña obsesión con el sexo puede haber tenido uno de dos motivos. El primero es que, como todo el mundo sabe –o imagina-, la práctica amatoria con amplia variedad de partenaires no es una actividad desagradable. El otro motivo, algo freudiano, es que el primer gran amor de Mitterrand a los veinte años, lo abandonó por otro hombre cuando Mitterrand estaba prisionero de los alemanes –típica historia de guerra-. François nunca asimiló el golpe y supongo que, no habiendo podido poseer a Beatriz –no podía llamarse de otra manera el amor platónico de un amante de las letras- se vengó intentando poseer a las mujeres todas. Mitterrand podría haber hecho suyas las palabras de Bioy Casares: “Siempre le he sido fiel al género femenino en su conjunto”.
Jonhatan Fenby (autor de France on the Brink) hace esta apreciación final sobre Mitterrand:
Si Mitterrand encontraba a Vichy ideológicamente objetable, es una pregunta que probablemente permanecerá abierta por siempre, así como permanecerá desconocido para nosotros el verdadero alcance de su compromiso para con el socialismo. Sin duda que deploraba el tratamiento que Vichy daba a quienes perseguía; pero como calculador de cabeza fría, su participación en la Resistencia puede haber sido tanto convicción política como una conveniencia pragmática, así como pudo comprender a partir de 1965 que el único camino para ganar a la presidencia era llegar a ella desde la izquierda.
Con Monsieur Mon Frère (MMF) –a cuyo examen crítico sometí la cita anterior hace algunos meses- discrepamos sobre la exactitud de la misma. Él la considera una visión injusta o incorrecta de la trayectoria de Mitterrand. Yo en cambio la comparto plenamente. Más leo sobre la vida de FM, más me convenzo que salvo ponerse una camisa roja o una negra –ambos extremos le chocaban- hubiera tomado cualquier camino político que le asegurara llegar al Elyseo.
Mitterrand padecía de cáncer de próstata desde hacía años (herencia de su padre, que murió de lo mismo) Se lo detectaron apenas seis meses después de haber comenzado su primer mandato (mayo de 1981) Imaginen la frustración, cincuenta años de batalla política para alcanzar la cúspide del poder y de pronto esa noticia. Por orden suya su enfermedad fue mantenida como secreto de estado hasta que una operación fue imprescindible en 1992. Aún entonces, la metástasis continuó siendo ocultada al pueblo francés. Su propia esposa sólo se enteró en 1991 (una vez más, Francia y la información privada) El médico que lo atendía escribió un libro con revelaciones extraordinarias, y se ligó un juicio –que perdió- por parte de los familiares por haber revelado información de carácter privado y que además era secreto de estado.
Mitterrand había prometido a Francia que no se volvería a repetir la situación de Pompidou, cuya enfermedad terminal fue hasta último momento ocultada al pueblo francés. No cumplió su palabra, lo que es una excepción porque en general se atuvo a ella casi siempre.
Hacia el final del segundo período la enfermedad lo aquejaba fuertemente y sólo se dedicaba a cuidar su salud y tomar algunas decisiones sobre sus mega proyectos arquitectónicos (hasta el color del tapizado de la nueva Ópera fue elegido por él personalmente) La conducción del país quedó completamente en manos del Primer Ministro. El país nada sabía. Pero no renunció, aguantó firme hasta entregar la cinta presidencial a Jacques Chirac y sólo se permitió morir una vez cumplida esta tarea. Esta decisión me genera dos sentimientos encontrados: por una lado, le admiro la fuerza que puso para aguantar, por otro lado, uno se pregunta, ¿Fue honesto engañar al pueblo francés y hacerle creer que estaba al mando?
Sobrevivió ocho meses a la transferencia de mando, tiempo que dedicó a recorrer Venecia (como hubiera hecho MMF, otro fanático de la hermosa ciudad italiana), visitar las librerías de viejo en París (como hubiera hecho yo) y disfrutar a fondo de la gastronomía francesa que los médicos le habían retaceado durante tanto tiempo. (tenía pasión por las ostras, que consideraba afrodisíacas, ¡Y deben serlo a juzgar por el currículum amatorio del que ya he hablado!) Pasó la Navidad y Año Nuevo del 95-96 con sus familias (la legal y la de su amante, aunque no sé si esta palabra le hace justicia a la relación pues pasaba con esa segunda mujer mucho más tiempo que con Danielle) y los primeros días de enero del 96 preguntó cuanto tiempo viviría si suspendía la medicación. Tres días, le dijeron. Entonces, tiró todos los frasquitos a la basura, se sentó en el sillón basculante cuyo crujir metódico le traía recuerdos de las narraciones que oía de su abuela en Jarnac cuando ella se sentaba en un sillón similar al caer la tarde, de las caminatas infantiles a orillas de los ríos de la región, de los múltiples poemas que de niño le dedicó a esos ríos (se conservan varios). Y dejó a la naturaleza hacer como esos ríos, seguir su curso.
Aún recuerdo la portada del France Soir, -un diario parisino populachento, más bien ilegible-, el día de la muerte de Mitterrand. Aparecía el ex-presidente con su habitual sobretodo oscuro y su sombrero negro alado, prendas que terminaron siendo parte inseparable de su imagen pública, caminando solo, de espaldas, alejándose por un arbolado sendero de provincia. Serio, sobrio al extremo en el vestir, con tendencia a lo grandilocuente en todos los aspectos de la vida, no tengo duda que hubiera sido un gran tanguero de haber nacido rioplatense. Pero no tuvo esa suerte. Mitterrand, como yo, adoptó el agnosticismo de adulto. Su educación católica en la infancia, sin embargo, le dejó –como a mí- un dejo de espiritualidad en su visión de las cosas que no se condice con mucha coherencia con el agnosticismo. A Mitterrand no le preocupaba en lo más mínimo esta contradicción. A mí tampoco. Un agnóstico –solía decir con notable acierto- no es quien sabe que no cree, sino quien no sabe si cree.
Salió un poco largo este X años, es verdad. Pero fue François Mitterrand junto con Charles De Gaulle el político francés más importante de la posguerra. Junto con De Gaulle otra vez, y Bonaparte y Louis XI (el hacedor de la Francia que conocemos), uno de los cuatro gobernantes más importantes de la historia de ese país (esta afirmación es un poco más aventurada de mi parte que la anterior, que es totalmente segura) Fue el presidente que más tiempo gobernó Francia en toda la historia de las cinco repúblicas. Fue también uno de los principales autores de la Europa-nación que hoy es una realidad. ¿No merecía el hombre un par de páginas de mi parte y quince minutos de la de Ud.?
Termino haciendo completamente mía una frase colocada por Ronald Tiersky, uno de los biógrafos extranjeros –je veux dire, no franceses- de Mitterrand, en el prefacio de su obra Francois Mitterrand – The last French President, donde dice:
Estas páginas no nacen del odio ni del amor a Mitterrand. Y ciertamente no nacen de la indiferencia hacia su trayectoria, o hacia Francia.