X años nació en el 1999, cuando tomaba una ducha para ir al trabajo en San Pablo. En ese momento escuché por la radio que una encuesta realizada el 6 de agosto en las calles de Hiroshima, había obtenido como resultado que un porcentaje abrumadoramente alto de jóvenes de esa ciudad no sabían que aniversario se recordaba ese día. Esto me golpeó muy duro. Algo debemos hacer para combatir el olvido, la desmemoria, me dije. Y pensé en un ciclo por Internet, que recordara a las personas hechos que a mi criterio no debían ser olvidados. Hitos fundamentales de nuestra historia como especie cuyo extravío en la memoria me resulta, a mí al menos, inadmisible. Por eso el ciclo nació un 6 de agosto y con un poema de Vinicius de Moraes sobre la bomba atómica que explotó en Hiroshima.

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9 de diciembre – 15 años este día

Una vez más, el formato de la titulación de X años nos ata y limita. Caso contrario, estas líneas se habrían titulado Nunca Más, como el informe de la Conadep, como las palabras finales del discurso del fiscal Strassera.
Yo estuve a punto de presenciar la sentencia hace quince años. Se distribuían un cierto número de entradas libres y gratuitas, pero las mismas se terminaron antes que el avance de la cola me pusiera en ventanilla.
La condena fue histórica: los “comandantes” -como los llaman sus admiradores- de las juntas militares argentinas fueron juzgados por un tribunal civil y condenados a distintos tiempos de reclusión, algunos inclusive absueltos. Histórico juicio porque no hubo en toda la historia país alguno que juzgara a sus golpistas y torturadores. Francia no emitió una sola condena por las torturas de Argelia e Indochina, España condena –correctamente- torturadores latinoamericanos pero jamás juzgó un franquista. Uruguay y Chile sacaron amnistías de diferentes tipo, Brasil simplemente olvidó. Es cierto que luego vendrían las llamadas leyes de Punto Final (daba un máximo muy limitado de tiempo para que las víctimas iniciaran acciones judiciales por violaciones de derechos humanos durante el gobierno militar) y de obediencia debida (resumidamente, esta ley liberaba de culpa a los mandos inferiores concentrándola en los superiores). Inclusive, ya durante la presidencia de Carlos Menem, vino el indulto a los condenados.
Pero el indulto borra la pena, no la culpa. Y hay un Juicio Supremo –que no pongo en mayúsculas por azar- que algunos de ustedes llamarán de Dios y yo de la Historia, que ese sí, no indulta. Para ese juicio, como para mí y supongo que para ustedes, no hay olvido. Ni perdón.