X años nació en el 1999, cuando tomaba una ducha para ir al trabajo en San Pablo. En ese momento escuché por la radio que una encuesta realizada el 6 de agosto en las calles de Hiroshima, había obtenido como resultado que un porcentaje abrumadoramente alto de jóvenes de esa ciudad no sabían que aniversario se recordaba ese día. Esto me golpeó muy duro. Algo debemos hacer para combatir el olvido, la desmemoria, me dije. Y pensé en un ciclo por Internet, que recordara a las personas hechos que a mi criterio no debían ser olvidados. Hitos fundamentales de nuestra historia como especie cuyo extravío en la memoria me resulta, a mí al menos, inadmisible. Por eso el ciclo nació un 6 de agosto y con un poema de Vinicius de Moraes sobre la bomba atómica que explotó en Hiroshima.

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20 de noviembre – 181 años este día

No es del todo inusual que en X años nos ocupemos de relatos de aventuras y hechos heroicos. Hoy recordaremos las desventuras del Essex, un buque ballenero norteamericano que naufragó en 1819. El navío partió de Nantucket, una isla norteamericana entonces centro ballenero de importancia mundial. Era tan sólo uno de los sesenta barcos balleneros que tenía esa isla como base hasta que ocurrió la tragedia que hoy vamos a relatar y que lo hizo entrar en la historia. Zarpó el 12 de agosto de 1819 y tan sólo tres días después, fue castigado por una tormenta que casi lo manda a pique. Los marineros de aquellos tiempos eran tan supersticiosos como los de ahora y vieron en este desafortunado comienzo una señal de mal agüero.
Un año después en la costa peruana –los barcos balleneros permanecían entonces largas temporadas en alta mar, entre dos tres años- ya habían llenado la mitad de sus barriles con aceite de ballena, que era el combustible y el lubricante que se usaba en ese tiempo –aún faltaban cuarenta años para que se descubriera el petróleo- para alimentar las lámparas y mantener en movimiento la primitiva maquinaria. Para completar la carga, deciden internarse en el Pacífico, pasando las islas Galápagos.
El 20 de noviembre de 1819 el día estaba claro y las aguas calmas. Nada permitía presagiar la tragedia que se avecinaba. El Essex descubre un cardumen de ballenas y baja sus botes al agua con intención de capturar alguna de ellas. La mayoría aprovecha la demora para fugarse, como siempre ocurría, pero una de ellas permanece impávida, como si nada hubiera percibido. Era un enorme cachalote de 26 metros de largo. De repente, el animal salió de su ensimismamiento y luego de revolcar su cola como grito de guerra, arremetió contra el barco descargándole un fortísimo golpe que hizo crujir el casco y mandó al suelo a todos los marineros. Recordemos que los barcos entonces eran de madera. Fue como si el Essex hubiese chocado contra una roca. No contenta con eso, la ballena se alejó para tomar distancia y volvió a arremeter contra el castigado ballenero, esta vez con aún más violencia. Enseguida desapareció. El barco comenzó a hundirse y sus tripulantes embarcaron en los tres pequeños botes salvavidas. El cazador, había sido cazado.
Estaban dos mil kilómetros más allá de Galápagos y la tierra más próxima eran las islas Marquesas, habitadas por caníbales, se decía en el siglo XIX (aunque esto no era verdad). Aquí comenten el primer gran error, no sólo descartaron las Islas Marquesas por error sino también las llamadas “Society Islands”, hoy polinesia francesa (Tahití e islas circundantes). Optaron por la lejanísima costa sudamericana.
Encontraron una isla, pequeña, rocosa y con muy poca agua. Sólo tres decidieron quedarse allí, los restantes prefirieron continuar viaje en los botes. Los que siguieron, estaban cada vez más débiles y prácticamente sin comida. El sol y la sal de mar completaban la destrucción que lentamente tomaba cuenta de sus otrora robustos cuerpos de hombres de mar.
Una tormenta separó los botes. Algunos comenzaron a morir y fueron comidos por sus compañeros. Pero esto no alcanzó. En un bote tiraron a sorteo a quién los demás deberían matar para tener alimento. La mala suerte escogió a un marinero de 18 años que aceptó su destino con estoica resignación. Era el primo del capitán del Essex que había prometido a su tía cuidarlo con especial ahínco. Al cabo de pocas horas, sólo quedaban sus huesos, que emblanquecerían rápidamente al sol del Pacífico.
En febrero de 1820, noventa y tres días después del naufragio, dos botes fueron rescatados, uno por el ballenero Dauphin frente a la costa continental chilena y el otro por el buque inglés Indian frente a Masafuera (la isla más oriental del archipiélago Juan Fernandez también llamado Robinsón Crusoe). La fogueada tripulación del Dauphin no consiguió contener las náuseas al ver a los sobrevivientes con la piel quemada, casi desmayados, y rodeados de restos humanos que parecían las sobras de un banquete de hienas. Habían navegado más de diez mil kilómetros. Tres veces más que lo que navegó Shackleton, de quién hemos hablado en otro texto, ente la Isla Elefante y las Georgias en 1916.
El tercer bote fue encontrado meses después en una isla desierta. Todos sus ocupantes estaban muertos. Los tres marineros que optaron por permanecer en la pequeña isla fueron luego rescatados con vida. En total, de veinte tripulantes, sólo sobrevivieron ocho.
El relato de la aventura llegó a oídos de un joven escritor, de nombre Herman Melville, que vio la oportunidad literaria que la tragedia presentaba y se basó en la misma para crear su mundialmente famoso Moby Dick. Así, la anónima ballena pasó a tener nombre y ser por todos conocida. El libro se convirtió en lectura casi obligatoria de todo adolescente con ánimo de aventura, y hasta ganó varias versiones cinematográficas –siendo la más famosa la de John Huston-. Los marineros del Essex no tuvieron la misma suerte y permanecieron hasta hoy ignorados, cuando fueron “rescatados” por el escritor norteamericano Nathaniel Philbrick en su libro recientemente lanzado en EE UU titulado In the Heart of the Sea, en el que se basaron esta líneas.