X años nació en el 1999, cuando tomaba una ducha para ir al trabajo en San Pablo. En ese momento escuché por la radio que una encuesta realizada el 6 de agosto en las calles de Hiroshima, había obtenido como resultado que un porcentaje abrumadoramente alto de jóvenes de esa ciudad no sabían que aniversario se recordaba ese día. Esto me golpeó muy duro. Algo debemos hacer para combatir el olvido, la desmemoria, me dije. Y pensé en un ciclo por Internet, que recordara a las personas hechos que a mi criterio no debían ser olvidados. Hitos fundamentales de nuestra historia como especie cuyo extravío en la memoria me resulta, a mí al menos, inadmisible. Por eso el ciclo nació un 6 de agosto y con un poema de Vinicius de Moraes sobre la bomba atómica que explotó en Hiroshima.

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11 de septiembre – 26 años este día

Sin duda el hecho prioritario a recordar un 11 de septiembre es el golpe militar en Chile en 1973.
Hacer un resumen histórico, como hemos hecho de otras fechas, parece aquí totalmente innecesario. Casi todos ustedes fueron o fuimos contemporáneos de los hechos y los tenemos bien presentes. Algunos de ustedes, inclusive, los vivieron en país propio. Unos pocos de ustedes, debido a una envidiable juventud, -esa enfermedad que se cura con el tiempo, como dijo alguien- sólo conocen lo ocurrido por los libros de historia. Pero estoy seguro que aún ellos tienen un padre, una madre, un tío o un profesor que vivió los hechos y puede darles el detalle. Prescindiremos esta vez, por tanto, del racconto histórico.
Prefiero recordar algunos aspectos tangenciales, pero no menos importantes. Es bueno saber que el hecho en sí polarizó al menos a Chile, dividiéndolo entre los que calificaban el 11 de Septiembre como “Pronunciamiento” -y lo escriben así, con mayúsculas- y los que preferimos el sustantivo habitual y más claro: golpe militar.
Si me viera obligado a resumir -y por tanto hiper simplificar- sus consecuencias al día de hoy, diría que sin duda terminó en el largo plazo mejorando la situación económica de los chilenos, pero también terminó dividiéndolos en bandos aún hoy irreconciliables. Argentina no tuvo ni remotamente la misma evolución en el plano económico durante su gobierno militar, pero sanó mucho más rápidamente sus heridas. Que cosa sea mejor o peor, va en la valoración de cada uno. Cuando a 26 años de un hecho histórico amigos o familias continúan divididas o sin visitarse por haber tomado uno u otro partido, esto dice algo sobre lo difícil que será curar esas heridas.
Intentar analizar el 11 de septiembre en frente de tantos chilenos como los que se cuentan entre los receptores de este mail, es una osadía arriesgada de mi parte, corro el riesgo de que me maldigan varios, me corrijan otros. No temo ese riesgo, no creo tampoco en el protocolo habitual del extranjero, según el cual uno nunca debe comentar los hechos de los países que no son el suyo, mucho menos críticamente. Eso estipulan las normas elementales de la diplomacia. Yo no las cumplo, siempre opiné lo que me pareció conveniente sobre cualquier tierra o país. Además, el precepto ni siquiera me aplica porque nunca consideré a Chile un país extranjero, es para mí el costado occidental, pacífico y montañoso de mi tierra y porque al igual que los que en ese país nacieron, yo también llevo a Chile en el corazón.
Allende era médico, masón, ex-senador y ex-ministro y en 1970 fue electo presidente de Chile con el 36 % de los votos. La legislación vigente en Chile era tal que, si el candidato no obtenía mayoría absoluta, debía ser ratificado por el Congreso, lo que Allende consiguió al obtener el apoyo de Radomiro Tomic –el candidato de la Democracia Cristiana- a cambio de algunas concesiones menores.
Siempre me he preguntado que hubiera sucedido si Chile hubiera tenido en 1970 el mecanismo de balotaje. ¿Hubiera llegado Allende a la presidencia? Creo que no. ¿Se hubiera ahorrado el país el golpe de estado? En principio diría que sí, pero si pensamos que para 1977 no había país en la región sin gobierno militar, podemos concluir que el mismo se hubiera producido de un modo u otro. ¿Es el balotaje un invento de la Quinta República Francesa?
El problema comenzó cuando Allende, con el apoyo de poco más de un tercio del electorado pretendió introducir en Chile reformas estructurales, importantísimas, que claramente eran rechazadas tal vez por más gente que la que lo llevó a la presidencia. Por ejemplo, expropió las compañías americanas de extracción de cobre sin pagar indemnización alguna, lo que no obviamente no dejó contentos ni a Nixon ni a Kissinger, que por aquellos tiempos habitaban la Casa Blanca.
Muchas de las otras compañías que nacionalizó, fueron compradas, es justo decir. La ciencia económica no era un fuerte del galeno, por lo cual imprimió incontables cantidades de billetes sin respaldo, lo que –no wonder- dio lugar a una inflación impresionante. Esto, sumado al déficit público generado por la compra de tantas compañías privadas, dejó al estado completamente falto de recursos financieros. Comenzaron las huelgas, la más famosa de las cuales fue la de los camioneros, que paralizó la economía del país, indudablemente financiada y apoyada por la embajada norteamericana como hoy sabemos.
Otro problema que no supo manejar Allende fue su extrema izquierda, esencialmente el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionario) y el PS (Partido Socialista) –las memorias de Altamirano, el secretario general del PS, atleta e intelectual mesiánico son imperdibles en este punto-. Estas agrupaciones expropiaban campos y propiedades y obligaban al gobierno de Allende a aceptar el hecho consumado y legalizar la expropiación, lo que fue un craso error, porque una cosa es nacionalizar compañías comprándolas, dentro de un plan, y otra aceptar el caos que le imponían esos grupos extremistas. Cuando uno ha oído de primera mano –y los familiares de Mari saben a que caso me refiero- lo que vivieron los dueños de propiedades que fueron o intentaron ser expropiadas –que muchas veces no eran más que pequeñas granjas, que en Argentina ni siquiera calificarían para el sustantivo estancia y mucho menos latifundio- tiene más cabal entendimiento del caos que se vivía.
Cuenta Isabel Allende –en una reciente, larguísima, entrevista- que semanas antes del golpe, su tío dijo en una cena familiar que de La Moneda no lo sacarían sino muerto o terminado su mandato. El hombre cumplió su palabra. El 11 de septiembre se suicidó con un fusil ametralladora que le había regalado Fidel Castro. Quien vivió esto más de cerca fue su médico personal –olvidé su nombre- quien alguna vez contó que cuando Allende ordenó a su grupo de asesores y colaboradores más próximos abandonar La Moneda, él notó que había olvidado algo y volvió. Justo cuando pasa por la puerta del escritorio de Allende escucha un disparo, entra y lo ve con el fusil en la mano y faltándole la parte superior de la cabeza (hace una descripción muy profesional, muy de médico del asunto).
La popularidad de Allende fue aumentando durante su gobierno. En las elecciones legislativas de marzo de 1973 obtuvo 44 % de los votos.
El gobierno militar intentó de alguna manera justificar el golpe basado en la supuesta existencia de un plan de la Unidad Popular –coalición de izquierda que llevó a Allende al gobierno- denominado, decían, plan Zeta- para asesinar líderes militares y de derecha y tomar en un golpe de mano, la totalidad del poder en Chile. Nunca se presentó una prueba decente de la existencia de ese plan y todo el mundo acepta hoy en día que sólo existió en la prodigiosa imaginación de los intelectuales que apoyaban el golpe. La realidad es que la UP no tenía prácticamente ninguna capacidad militar, no tenía ese plan ni ningún otro, y no resistió el embate del poderoso ejército de Chile como tampoco hubiera resistido el de la modesta Guardia Civil de Costa Rica.
Pero dicen que no hay mejor manera de hacer historia que darle voz a los que la hicieron. Transcribo en ese espíritu la totalidad del último discurso de Allende, transmitido por radio Magallanes escasos momentos antes que la emisora fuera silenciada por los golpistas:
Compatriotas, es posible que silencien las radios y me despido de ustedes. Quizás sea esta la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de radio Portales y radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura sino decepción y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron, soldados de Chile, comandantes en jefe titulares. El Almirante Merino, que se ha autoproclamado, el general Mendoza, general rastrero que sólo ayer manifestaba su solidaridad, también se ha denominado Director General de Carabineros.
Antes estos hechos sólo me cabe decirle a los trabajadores: yo no voy a renunciar. Colocado en un trance histórico pagaré con mi vida la lealtad al pueblo. Y les digo que tengo la certeza que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. En nombre de los más sagrados intereses del pueblo, en nombre de la patria, los llamo a ustedes para decirles que tengan fe. La historia no se detiene ni con la represión ni con el crimen. Esta es una etapa que será superada. Este es un momento duro y difícil, es posible que nos aplasten. Pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores. La humanidad avanza para la conquista de una vida mejor.
Trabajadores de mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la constitución y la ley y así lo hizo.
Es este el momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes. Espero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que señaló Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena conquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios. Me dirijo sobre todo a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la patria, a los profesionales patriotas, a los que hace días están trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales, colegios de clase para defender también las ventajas de una sociedad capitalista.
Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha, me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente, en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo los oleoductos y los gasoductos, frente al silencio de los que tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los juzgará.
Seguramente radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, me seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes, por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la patria. El pueblo debe defenderse pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco debe humillarse.
Trabajadores de la patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile, viva el pueblo, vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que el sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.
La cabal comprensión de las últimas palabras de Allende requiere un conocimiento del paisaje de su país. Las alamedas a las que se refiere, son los frecuentes caminos rurales, habitualmente orlados de álamos, que serpentean y transcurren por gran parte de Chile. Al andarlos a pie o en auto, nunca me fue posible evitar el recordar esa frase final de Allende.
Pero como terminar sin recordar el último párrafo del último libro de Pablo Neruda (Confieso que he vivido).
Tenían que aprovechar una ocasión tan bella. Había que ametrallarlo porque jamás renunciaría a su cargo. Aquel cuerpo fue enterrado secretamente en un sitio cualquiera. Aquel cadáver que marchó a la sepultura acompañado por una sola mujer que llevaba en sí misma todo el dolor del mundo, aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedazada por las balas de las ametralladoras de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile.
La izquierda se negó a aceptar durante años que Allende se había suicidado, como si un fin o el otro disminuyera en algo su lugar en la historia o su legajo. Un error, de mi punto de vista, ya que Allende no es menos nada por haberse suicidado. Ni más nada tampoco, el detalle físico de su fin no le quita ni le pone. Pero Neruda no erra en lo fundamental, en la traición que el ejército de Chile le hizo a su país. Neruda murió escasos doce días después de Allende. Estas líneas las escribió el 14 de septiembre. El cuerpo de Allende fue enterrado en lugar secreto donde permaneció hasta el advenimiento de la democracia, donde fue trasladado a una tumba digna, con nombre y ubicación conocida, creo que en Valparaíso (no la visité, así que no tengo certeza).