X años nació en el 1999, cuando tomaba una ducha para ir al trabajo en San Pablo. En ese momento escuché por la radio que una encuesta realizada el 6 de agosto en las calles de Hiroshima, había obtenido como resultado que un porcentaje abrumadoramente alto de jóvenes de esa ciudad no sabían que aniversario se recordaba ese día. Esto me golpeó muy duro. Algo debemos hacer para combatir el olvido, la desmemoria, me dije. Y pensé en un ciclo por Internet, que recordara a las personas hechos que a mi criterio no debían ser olvidados. Hitos fundamentales de nuestra historia como especie cuyo extravío en la memoria me resulta, a mí al menos, inadmisible. Por eso el ciclo nació un 6 de agosto y con un poema de Vinicius de Moraes sobre la bomba atómica que explotó en Hiroshima.

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6 de abril – 6 años este día

Continuamos recordando la triste saga de genocidios ocurridos en nuestro siglo. Ya evocamos Camboya y el Holocausto, pronto vendrá el armenio y hoy toca Rwanda.
El 6 de abril de 1994, fecha que hoy recordamos con la piel de gallina, unos 800 mil miembros de la etnia Tutsi fueron asesinados por la milicia de la etnia Hutu, a razón de unos diez mil por día.
Rwanda es uno de los países más pequeños del África Central y creo que muchos tendríamos dificultad para ubicarlo en el mapa. Tiene unos siete millones de habitantes, pertenecientes fundamentalmente a dos etnias, la Hutu y la Tutsi. Aunque los Hutus son la mayoría, durante décadas el gobierno fue ejercido por la élite Tutsi, asociada al poder colonial belga.
A partir de la independencia el poder fue tomado por los Hutus que comenzaron a vengarse de los Tutsis, haciéndolos víctimas de todo tipo de discriminación y violencia. Muchos Tutsis dejaron el país y formaron un ejército de guerrillas que denominaron Frente Patriótico de Rwanda. En 1990 este ejército rebelde invadió el país y consiguió forzar al presidente Hutu a firmar un acuerdo garantizando la partición del poder entre ambas etnias. Pero esto no solucionó las cosas. El asesinato en octubre de 1993 del electo presidente Ndadaye en la vecina Burundi (Ndadaye era de la etnia Hutu, que también existe en Burundi) exacerbó los ya caldeados ánimos entre ambos grupos.
Los Cascos Azules de la ONU fueron despachados a Rwanda para separar a ambos bandos y preservar el cese del fuego. En abril de 1994, los presidentes de Rwanda y Burundi (ambos Hutus) mantuvieron conversaciones de paz con los tutsis pero el 6 de ese mes murieron al ser atacado el avión en que ambos viajaban. Este atentado desencadenó la ira de los Hutus y allí comenzó el infierno con las descargas, como dice literalmente un verso de la Cantata de Iquique. En Rwanda era obligatorio llevar el tiempo todo colgado del cuello una tarjeta donde se indicaba la etnia a que cada uno pertenecía. Pues esos cartoncitos se transformaron en especie de estrellas de David en la Alemania nazi. Quién tenía el cartón que lo identificaba como Tutsi, era boleta.
Los países occidentales evacuaron a sus ciudadanos. Pero nadie se preocupó de evacuar a los tutsis, que quedaron a merced de la sed de sangre de la milicia Hutu. La ONU, Francia y los EE UU se cuidaron muy bien de no calificar los sucesos de “genocidio” –lo que los hubiera obligado a intervenir, al menos humanitariamente- . La ONU evacuó a todo su personal –con la excepción de 200 impotentes cascos azules- dejando todo a la deriva. La máxima responsabilidad le cabe a EE UU –cuando uno se asigna a sí mismo el rol de policía del mundo, esto implica también obligaciones- y a Francia, como ex-potencia colonial de la región. Todos miraron para otro lado.
Fue en toda la historia, o al menos en todo el siglo XX, incluyendo el Holocausto, Camboya y el genocidio armenio, la matanza con la más alta cifra de muertes por día. Un río de sangre renovado diariamente. La radio oficial incitaba las matanzas y orientaba a las hordas sobre el lugar donde encontrar más víctimas. En ocasiones, los asesinos Hutus forzaban a otros hutus que no querían participar de los asesinatos, a matar a sus vecinos, so pena de ser muertos ellos y sus familias. Con esto, extendían la culpa a la etnia toda. También forzaban a Tutsis a matarse entre ellos, especialmente a familiares.
Para mediados de mayo, había muerto medio millón de personas. El río Kigara estaba lleno de cadáveres en descomposición.
El infierno sólo se detuvo cuando Tutsis armados, venidos de países vecinos, vencieron a las tropas Hutus en julio de 1994. Para entonces, el mundo tenía 800 mil habitantes menos.

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