X años nació en el 1999, cuando tomaba una ducha para ir al trabajo en San Pablo. En ese momento escuché por la radio que una encuesta realizada el 6 de agosto en las calles de Hiroshima, había obtenido como resultado que un porcentaje abrumadoramente alto de jóvenes de esa ciudad no sabían que aniversario se recordaba ese día. Esto me golpeó muy duro. Algo debemos hacer para combatir el olvido, la desmemoria, me dije. Y pensé en un ciclo por Internet, que recordara a las personas hechos que a mi criterio no debían ser olvidados. Hitos fundamentales de nuestra historia como especie cuyo extravío en la memoria me resulta, a mí al menos, inadmisible. Por eso el ciclo nació un 6 de agosto y con un poema de Vinicius de Moraes sobre la bomba atómica que explotó en Hiroshima.

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10 de mayo – 40 años este día

El diez de mayo de 1960, fecha que hoy recordamos, era secuestrado en los alrededores de Buenos Aires, Adolf Eichmann.
Suelo en X años este día comentar el hecho en cuestión y terminar referenciando el libro en el que me he basado. Esta vez será al revés. El libro que me ha servido de fuente de información es Eichmann en Jerusalén - Un relato sobre la banalidad del mal. Edición original en inglés, la mía en portugués comprada en un kiosco de playa en el litoral de São Paulo.
La autora es nada menos que Hannah Arendt, una de las cabezas más interesantes del siglo que terminó o está terminando. Recuerdo que un libro suyo sobre el totalitarismo era parte del material de lectura obligatoria (expresión que le producía mucha gracia a Borges, comprensiblemente) de un curso sobre historia de las ideas políticas que tomé en Berkeley. Esa era una de las maravillas de la Universidad de California en Berkeley: un estudiante graduado de Ingeniería Mecánica podía tomar cursos de ese tipo (claro que no contaban para el grado o título, pero al menos tenías la posibilidad de hacerlo, lo que en el paisito es imposible). Por eso, porque conocía a Arendt y su temible capacidad de análisis es que me arrojé sobre el libro en la playa, libro que seguramente dormía desde hace tiempo el sueño de los justos en el kiosco playero, porque no es exactamente la lectura que la gente asocia con playa, sol y cerveza.
Recomendar a Arendt es innecesario, todo el mundo conoce su valor. Recomendar el libro puede ser útil porque no es su obra más conocida. Ella fue corresponsal en el juicio de Eichmann en Jerusalén para el New Yorker, una interesante revista intelectualoide neoyorquina que en esa época -1960- era un ícono mundial. Arendt -me niego a usar la expresión, la Arendt, usual al referirse a mujeres capaces, porque nunca se dice el Marx o el Smith- hace un análisis ultra crítico del juicio. Quizás olvidé empezar por el principio: Eichmann fue raptado por los israelíes en Buenos Aires y llevado a juicio en Jerusalén.
¿De que era culpable? Eichmann fue el Gerente de Logística del Holocausto. Era el último responsable de los transportes, de los trenes, de asegurarse que los medios disponibles para trasladar personas fueran usados en forma eficiente. -En una ocasión al menos llegó a parar un tren porque no se justificaba el enviarlo por un par de cientos de judíos solamente-, de confirmar que los campos estaban en condiciones de recibirlos, que las cámaras de gas tenían capacidad ociosa al momento del arribo, etc. Nunca mató a nadie con sus manos -se lo acusa de haber ahorcado un niño judío, eso nunca pudo ser probado- ni dio una sola orden de matar a nadie -se dice que hubo una orden verbal, jamás se documentó o probó la existencia de la misma-. Nunca estuvo cerca de una cámara de gas.
El juicio adoleció de varios errores técnicos, apasionantes para quien se interesa por el derecho pero tal vez no tanto para los no tan fanáticos (que debería apasionar a todos, pues junto con el arte, el derecho es lo único que nos separa de los chimpancés). Para empezar es discutible que alguien pueda ser juzgado si su captura se produce como consecuencia de la flagrante violación del derecho internacional, como fue el caso. Pero, ¿Era posible llevarlo a juicio de otra manera? La respuesta es no por dos motivos. Primero porque el gobierno argentino de la época era más que remiso a extraditar los ex-nazis que Perón había recibido con los brazos abiertos. De hecho, había sido negada la extradición del propio Mengele. Segundo, porque de acuerdo a la legislación argentina los crímenes de guerra habían prescrito el 7 de mayo de 1960, al cumplirse el decimoquinto aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial.
Para continuar es opinable si la corte israelí tenía jurisprudencia o no. Hay libros y libros en los dos sentidos. ¿Significa que estos errores invalidan el juicio? De ninguna manera. El propósito de la ley es en última instancia hacer justicia, no guardar las formas. Quédense tranquilos, errores menores de lado, Eichmann era responsable de la muerte de millones de personas y fue condenado con justicia. Era un burócrata patético, mediocre, de pocas luces, un fanático de la obediencia debida. Casi diríamos que no era ni siquiera antisemita, sólo un funcionario al que le habían mandado exterminar un pueblo y obedecía sin chistar.
Arendt, es conveniente notar, era judía, alemana, y nació en 1906, exactamente el mismo año que Eichmann. O sea, era adulta y joven cuando el apogeo del nazismo. Emigró a los EE UU en 1941 (era de familia rica y, con dinero suficiente, en la Alemania nazi era posible comprar la libertad, aún para un judío).
Muchos nombres son mencionados en el libro. Uno que yo jamás había escuchado es el del Feldwebel (sargento) de la Wehrmacht (Ejército Alemán de la época, hoy no se llama más así), Anton Schmidt. Se dedicó en 1941 a salvar judíos proveyéndolos de documentos falsos, camiones del ejército para huir y gasolina. Lo que es más inusual, no lo hizo por dinero, no pidió coima a ninguno de los que salvó. Terminó preso, torturado y ejecutado por las SS. Que yo sepa, es el único caso de un miembro de las fuerzas de seguridad alemanas de la época en haber actuado de este modo.
El día en que yo sea intendente de algo, habrá una calle Anton Schmidt, como también habrá otra con el nombre del sargento chileno que en Calama fue muerto por los esbirros de Pinochet por negarse a fusilar presos desarmados cuando la tristemente célebre Caravana de la Muerte. No eran dos hombres diferentes, tengo certeza. Eran sucesivas reencarnaciones de lo mejor que el género humano fue capaz de producir. Porque íntegro entre íntegros, cuando nada se arriesga con predicar altruismo, puede serlo cualquiera de nosotros. Pero mantener la dignidad cuando se es parte de una institución y un estado que han perdido el norte y hecho suyos objetivos malsanos, requiere pasta de héroe. Y para recordar los héroes es que existe la toponimia.

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