X años nació en el 1999, cuando tomaba una ducha para ir al trabajo en San Pablo. En ese momento escuché por la radio que una encuesta realizada el 6 de agosto en las calles de Hiroshima, había obtenido como resultado que un porcentaje abrumadoramente alto de jóvenes de esa ciudad no sabían que aniversario se recordaba ese día. Esto me golpeó muy duro. Algo debemos hacer para combatir el olvido, la desmemoria, me dije. Y pensé en un ciclo por Internet, que recordara a las personas hechos que a mi criterio no debían ser olvidados. Hitos fundamentales de nuestra historia como especie cuyo extravío en la memoria me resulta, a mí al menos, inadmisible. Por eso el ciclo nació un 6 de agosto y con un poema de Vinicius de Moraes sobre la bomba atómica que explotó en Hiroshima.

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4 de julio - 9 años este día

Su bandoneón aligeró los tangos,
de las rutinas de su país.
Su corazón se la está jugando,
en una clínica de París.

Estos versos los escribió Fernando Cabrera poco después que Astor Piazzolla sufriera un derrame cerebral viajando de Londres a París, donde permaneció internado algún tiempo. Fue luego trasladado a Buenos Aires, donde ingresó en la inmortalidad el 4 de julio de 1991, fecha que hoy recordamos.
El Gato –como le decían a Astor cariñosamente sus conocidos- integra para mí la Santísima Trinidad, junto con el Gordo y el Mago. No por acaso sus retratos están los tres juntitos en una pared de mi casa. Astor no sólo es el autor de alguna de la más mágica música que el mundo tiene la oportunidad de disfrutar, también fue el cicerone que nos llevó a muchos de la mano hacia las profundidades del tango. Yo difícilmente hubiera llegado a conocer y disfrutar del bandoneón de Arolas o aún el de Troilo, sin haber pasado antes por el de Astor.
Piazzolla representó siempre para mí una enorme frustración. Por el número de veces que estuve a punto de asistir a uno de sus conciertos, entre los cuales y yo terminó siempre interponiéndose algún obstáculo.
La primera vez fue en Maldonado, cuando presentó la cantata para Punta del Este en la catedral. Era gratis y había 50 millones de gentes. En esa época no existían las pantallas gigantes y parlantes exteriores por lo que, como no conseguí acercarme a menos de dos cuadras, no me llevé ni un acorde en los oídos.
La segunda fue en el Teatro Solís de Montevideo; estaban los ingresos agotados y yo no tuve ni la astucia ni la picardía de ofrecerle unos mangos al portero para colarme.
La tercera fue en el Centro Cultural General San Martín, en Buenos Aires. Era un concierto gratis pero con ingreso distribuido previamente en la cola. Yo había esperado cuatro horas y tenía entrada. Pero los avivados de siempre invadieron el teatro quien sabe por donde, lo llenaron y muchos de los que teníamos ingreso no pudimos entrar.
La cuarta y última fue en el Teatro Ópera, en la calle Corrientes, yo acababa de llegar a radicarme en Buenos Aires. Sólo quedaban plateas, eran carísimas y yo no podía pagarlas. Se me caían las lágrimas viendo la gente entrar distraídamente al hall del teatro.
No habría una quinta oportunidad, tal vez por aquello de que las estirpes condenadas a no escuchar al Gato en vivo, no tienen una quinta oportunidad sobre la tierra.

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