X años nació en el 1999, cuando tomaba una ducha para ir al trabajo en San Pablo. En ese momento escuché por la radio que una encuesta realizada el 6 de agosto en las calles de Hiroshima, había obtenido como resultado que un porcentaje abrumadoramente alto de jóvenes de esa ciudad no sabían que aniversario se recordaba ese día. Esto me golpeó muy duro. Algo debemos hacer para combatir el olvido, la desmemoria, me dije. Y pensé en un ciclo por Internet, que recordara a las personas hechos que a mi criterio no debían ser olvidados. Hitos fundamentales de nuestra historia como especie cuyo extravío en la memoria me resulta, a mí al menos, inadmisible. Por eso el ciclo nació un 6 de agosto y con un poema de Vinicius de Moraes sobre la bomba atómica que explotó en Hiroshima.

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28 de julio – 206 años este día

Maximilien Robespierre fue el capo máximo de los jacobinos, corriente de la Revolución Francesa que tomó el poder de los girondinos en mayo de 1793, en una maniobra que podríamos llamar pustch si el término fuese aplicable a la época. Digamos más correctamente que los hechos se parecieron bastante a la forma en que Lenin y los bolcheviques tomaron el poder en Rusia en 1917.
Robespierre lideró un comité de doce miembros en total, que se hizo famoso por el curioso nombre que ostentaba: Comité de Santé Publique (CSP), aunque no tenía nada que ver con hospitales ni vacunas –que aún no existían en la época, claro-, sino más bien con la salud entendida en un sentido más social y sobretodo más mesiánico.
El CSP –no se lo abreviaba así entonces ni hoy en día, por no ser esta una costumbre francesa- fue quien realmente condujo el estado francés durante la fase más radical de la Revolución Francesa; sus miembros eran elegidos por la Convención Nacional. Más que nadie en la Historia, creo, Robespierre representa al mesiánico convencido de la verdad de su pensamiento, y dispuesto a cortarle la cabeza –literalmente- a todo aquel que no fuera capaz de ver la luz como él la veía, o creía verla.
Sería un error, sin embargo, reducir la tarea del CSP a su parte más conocida – la decapitación masiva- ya que fue un órgano de gobierno que hizo muchas otras cosas, entre otras organizar un ejército que defendiera a la Revolución de las potencias realistas europeas. Pero el terror fue su marca de fábrica. En cinco meses, entre septiembre de 1793 y febrero de 1794, el CSP mandó ejecutar 269 personas.
Otro revolucionario y colega de Robespierre fue Georges Danton (recordarán la reciente película con Gerarld Depardieu en el rol de Danton). En la paranoia de decapitar traidores, Robespierre mandó al propio Danton a la guillotina por intentar parar la máquina de terror que estaba en pleno funcionamiento. Cuenta la leyenda –no me consta si es hecho histórico- que cuando era llevado camino al patíbulo, Danton se dirigió al balcón desde donde lo observaba Robespierre y le dijo: “Tu me suivrá” (Tu me seguirás). Proféticas palabras. En julio de 1794, Robespierre amenazó a la propia Convención Nacional, por considerarla timorata y culpable de no hacer avanzar la revolución todo lo rápido que él consideraba necesario –típica forma de pensar de los lunáticos mesiánicos, los que se consideran cruzados de una gran causa-. La Convención le dio a probar su propia medicina, lo que ocurrió en la plaza de la Revolución –hoy Place de la Concorde- el 10 Thermidor, (28 de julio de 1794, el calendario revolucionario había entrado en vigor en Septiembre de 1793), cuando Robespierre contaba apenas 36 años. Antes de ser guillotinado, intentó suicidarse en la cárcel, pero aparentemente no era tan bueno para matarse a sí mismo como a los demás, y sólo consiguió destruirse la mandíbula, la que llevaba colgando al momento de su ejecución.
Lo que sigue es una parte –pequeña, el texto completo es larguísimo y sus discursos abundantísimos, hay unos 500- del discurso de Robespierre a la Asamblea Nacional pronunciado el 5 de febrero de 1794. Es en parte el sustento teórico de la política que Robespierre llevó a la práctica:
“Si la fuente de un gobierno popular en tiempos de paz es la virtud, en la revolución lo son al mismo tiempo la virtud y el terror. Virtud sin la cual es terror es fatal. Terror, sin el cual la virtud es impotente. El terror no es otra cosa que la justicia, rápida, severa, inflexible. Es por lo tanto una emanación de la virtud. No es tanto un principio especial como la consecuencia del principio general de la democracia aplicado a las necesidades más urgentes de nuestro país. Se ha dicho que el terror es el principio de un gobierno despótico. ¿Acaso nuestro gobierno parece despótico?…Sometamos por medio del terror a los enemigos de la libertad y estaremos haciendo lo correcto, como fundadores de la República. El gobierno de la revolución es el despotismo de la libertad contra la tiranía…”
En la notable edición ilustrada de la Histoire de France de Georges Duby (et al), obra por demás cara –la última vez que pregunté en París costaba como 500 dólares, compré finalmente la edición común a un precio normal- pero accesible en toda buena biblioteca pública, hay una reproducción notable de un retrato de cuerpo completo de Robespierre. Me asombró tanto que fui a ver el cuadro original al Musée de la Cité, en el parisino barrio de Le Marais. Un museo poco frecuentado que apostaría desconocen inclusive muchos de los que tienen el privilegio de frecuentar con asiduidad la capital francesa. Impresiona que un hombre tan joven, de trazos tan delicados –casi diría femeninos-, tan bello y apacible, haya protagonizado semejante rol histórico.
Pero esta terminaría siendo una crónica injusta si dejara en ustedes la idea que Robespierre era un psicópata al estilo hitleriano. No fue tan así. Fue juez, diputado y presidente, admirador de Rousseau –se dice que dormía con sus obras-, protector de actores y judíos cuando estos eran discriminados, y sobretodo, obsesivamente preocupado por obtener en su país una justa distribución del ingreso económico y un igualitario acceso a la salud y la educación. Fue un patriota, en el sentido que el término se entendía entonces, y ayudó a defender al estado francés de la agresión realista del exterior y de las rebeliones varias en el interior. Sus métodos eran bastante extremistas, claro, esto es innegable. Pero ese extremismo hay que ubicarlo en el contexto de hace doscientos años. En resumen, Robespierre era, como nosotros, un hombre de su tiempo.

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