X años nació en el 1999, cuando tomaba una ducha para ir al trabajo en San Pablo. En ese momento escuché por la radio que una encuesta realizada el 6 de agosto en las calles de Hiroshima, había obtenido como resultado que un porcentaje abrumadoramente alto de jóvenes de esa ciudad no sabían que aniversario se recordaba ese día. Esto me golpeó muy duro. Algo debemos hacer para combatir el olvido, la desmemoria, me dije. Y pensé en un ciclo por Internet, que recordara a las personas hechos que a mi criterio no debían ser olvidados. Hitos fundamentales de nuestra historia como especie cuyo extravío en la memoria me resulta, a mí al menos, inadmisible. Por eso el ciclo nació un 6 de agosto y con un poema de Vinicius de Moraes sobre la bomba atómica que explotó en Hiroshima.

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13 de diciembre – 63 años este día

Ufa, otra vez Berni nos va a amargar el día con el recuerdo de otra desgracia. Es así, efectivamente. Pero yo nunca aspiré a ser vuestra memoria facilista, sino la otra, aquella que nos recuerda la pobre especie que formamos.
Es raro que nos ocupemos del Asia, pero esta vez lo haremos. Nos remontaremos al año 1937, cuando China estaba ocupada por Japón. Obsérvese que aún no había comenzado la Segunda Guerra Mundial, y por tanto para la mayoría de la gente, era en el mundo aún época de paz, no se habían comenzado a producir las masacres y genocidios que nos humillarían como miembros del género humano a partir de 1939. Pero la historia –como también X años- recuerda los horrores cuando afectan europeos, y como en este hecho histórico que recordaremos los muertos fueron amarillos, nadie se muestra interesado. Y si no, sean sinceros y díganme quien de ustedes recordaba el genocidio de Nanking.
El 13 de diciembre de 1937 el ejército japonés entró en la ciudad china de Nanking (o Nanjing) y durante seis semanas se dedicó a violar y asesinar indiscriminadamente toda la población de la ciudad. Se calcula que murieron entre 200 y 300 mil personas. Los primeros a ser asesinados fueron 90 mil soldados chinos que se habían rendido. Según el absurdo código japonés de honor militar, quien se rinde es menos que humano y no merece la vida.
Los japoneses estaban furiosos por la dura resistencia que había presentado el ejército chino, el que fue derrotado a costa de un esfuerzo muy superior al que esperaban desplegar los nipones. La suerte de China fue sellada en la derrota de Shangai en noviembre de 1937, y esa victoria japonesa abrió el país a las tropas del sol naciente.
Los asesinatos fueron precedidos de malos tratos y torturas incitadas por la oficialidad japonesa para “endurecer” a la tropa. Esto está documentado en filmes y fotos sacados por los propios japoneses, que nada de malo veían en el asunto. Se realizaban prácticas de bayoneta con prisioneros vivos, se cortaban cabezas para llevar de recuerdo y se sacaban fotos entre cuerpos mutilados como quien se saca una foto en la cumbre de una montaña: con orgullo. A otros los quemaron vivos y cuando todo esto iba demasiado despacio, terminaron la tarea a ametralladora limpia.
De las violaciones no se salvaron, muestran los documentos, ni las ancianas de más de 70 años ni las niñas menores de 8, ni tampoco, claro, las embarazadas, a las que, una vez violadas se les abría el vientre –vivas aún- para arrancarles los fetos.
Si Usted no vomitó todavía, no crea que pasó todo. Aún hay más. En ocasiones, los soldados entraban a una casa donde encontraban una familia completa. Forzaban al padre a violar a sus hijas, a los hijos a violar a sus madres y hermanos a hermanas. Claro, obligaban al resto de la familia a presenciar todo eso.
Pero todo esto junto aún no daba cuenta de la ciudad entera. En algunos barrios, sus habitantes eran concentrados en casas donde se les encerraba y luego se le prendía fuego o dinamitaba.
Hubo varios casos de personas a las que se las ahogó en tanques, otros fueron estrangulados. Todo este horror duró seis semanas, acabando a principios de febrero de 1938. Las calles de la ciudad estaban literalmente pintadas de rojo por la sangre. Muchos fueron obligados a cavar tumbas y luego a enterrar vivas a otras personas.
Cincuenta mil sobrevivientes fueron tornados adictos al opio y a la heroína por las grandes cantidades de esos alucinógenos que los japoneses los obligaron a consumir durante un largo período. Unas pocas jóvenes agraciadas fueron llevadas como esclavas sexuales del ejército invasor. Hubo campeonatos a ver quien decapitaba más en una unidad de tiempo. Los ganadores salían en un diario en Japón como si hubieran vencido en una olimpíada.
Al principio a Occidente le costó creer todo esto. Parecía demasiado infernal para ser cierto. Enseguida, el inicio de la Segunda Guerra Mundial hizo concentrar los ojos en otra parte del mundo y Nanking quedó para siempre olvidada. Además de los propios relatos japoneses, conocemos lo que pasó en Nanking por lo que nos dejaron un puñado de occidentales que vivían en la ciudad y que dieron todo de sí mismos para parar la carnicería. Desarmados, declararon un barrio de la ciudad como “Zona de Seguridad Internacional” que no podía ser invadida por los japoneses. Allí albergaron a todos los civiles que pudieron. Todos los que no entraron en esa Zona, murieron.
Yo sé que a Ud. no le fue fácil leer esta líneas. A mí tampoco me agradó escribirlas. Pero no era justo que no recordáramos Nanking.

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